Aunque desearía no recordar con tanta claridad ese día, está grabado en mi mente. Era una mañana soleada en Nueva York, donde me encontraba como residente de medicina materno-fetal, acompañada de dos amigas increíbles, Ana y Carla. Nos unía una extraña coincidencia: las tres estábamos embarazadas y en plena formación para cuidar a mujeres con embarazos de alto riesgo. Era una etapa emocionante, llena de sueños sobre nuestras carreras y sobre el futuro de nuestros bebés, que incluso tendrían edades similares.
En medio de una conversación animada sobre nuestros proyectos de investigación y nuestros planes para la maternidad, de repente sentí una necesidad urgente de ir a la unidad de ultrasonido. No sé por qué, pero algo en mi interior me instó a hacerlo. Al llegar, le pedí a mi colega que me hiciera un ultrasonido. Apenas había pasado un momento y el silencio de la sala se tornó abrumador. Cuando otro ecografista entró, supe que algo no estaba bien. Fue en ese instante que el mundo se me oscureció.
No perdí el conocimiento, pero todo se volvió borroso. La habitación, la luz del día y las voces se desvanecieron. En mi carrera, he atendido a muchas mujeres que han experimentado abortos espontáneos y, en ese momento oscuro, me pregunté si alguna de ellas había sentido lo mismo. Cuando recuperé la lucidez, me inundó una tristeza profunda que deseaba ahogar en la oscuridad nuevamente.
Según el Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos, se estima que el 26% de los embarazos terminan en aborto espontáneo, muchos de ellos después de que la mujer ya ha confirmado su estado. A menudo, se confunden los términos “aborto espontáneo” y “aborto” en el ámbito médico, pero es crucial entender que el primero se refiere a la pérdida natural del embarazo, mientras que el segundo puede incluir una interrupción médica.
A veces, un embarazo deseado puede convertirse en ectópico, lo que significa que el óvulo fertilizado se implanta fuera del útero, habitualmente en una trompa de Falopio. Esto es potencialmente mortal y requiere atención médica inmediata. A pesar del dolor que conllevan estos eventos, es vital recordar que recibir tratamiento para un aborto espontáneo o ectópico no se considera una interrupción de la vida, es una atención médica necesaria.
A lo largo de mi propio viaje de infertilidad y tratamientos de fertilización in vitro, he aprendido que estos momentos oscuros pueden ser transformadores. Al compartir mi historia con mis pacientes, espero normalizar estas experiencias y ayudarles a no sentirse solas. Cuando me toca ser la primera en dar la mala noticia de una pérdida, me acerco a ellas con la esperanza de que mis palabras y mi compasión les transmitan que no están solas.
Para aquellos que buscan apoyo en su viaje hacia la maternidad, recomiendo leer sobre el proceso de IVF, lo cual es un excelente recurso para entender mejor los diferentes caminos hacia la concepción. También es una buena idea considerar suplementos que pueden ayudar a aumentar la fertilidad, como los que se ofrecen en este enlace. Y, si necesitas un poco de inspiración, puedes encontrar motivación en esta publicación sobre mantenerse positivo.
En resumen, aunque ese día en Nueva York fue uno de los más oscuros de mi vida, me ha permitido empatizar profundamente con mis pacientes y recordar la importancia de la conexión humana en momentos difíciles. La pérdida puede ser devastadora, pero también puede llevarnos a la luz y la comprensión.